Primera experiencia audiovisual del Taller en el Colegio 19: bulimia y anorexia (2007)

Grabación del 1º Video ficcional producido por el taller de periodismo del Colegio 19 sobre la temática de bulimia y anorexia, en el marco de un certamen organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Producción de Micaela Del Gaudio (4º2º), Ana Sorín (4º3º) y Mariana Leibinstein (5º1º). Octubre de 2007.


"Cuando la realidad es otra"


Chicas jóvenes, aunque también afecta a los varones. No es cierto que sea propiedad de la mujer. Tienen un alto nivel de exigencia para consigo mismo, son sobreadaptados, cumplen con las exigencias del ambiente porque cumplen las demandas que se les pide. Y cumplen con creces. Es gente que le va muy bien en el colegio -en la mayoría de las veces-. Si están trabajando, les va muy bien. La bulimia y la anorexia van de la mano con las apariencias que siempre engañan. Una de esas chicas se llama Carla. Es una historia real.

ESCENA 1

Ella cuenta una y otra vez las moneditas de diez centavos y le pide una máquina al flacucho que la atiende, al escuálido que come una factura y que con tanta gracia deja caer el dulce de leche por las comisuras de la boca. Se le hace un nudo en el estómago. Piensa y no entiende. Lo piensa de vuelta y le saca de quicio, “¡qué injusto es el mundo!”. Montañas rusas en su estómago otra vez por nervios o por el dolor que le inflige el recuerdo, desprecio gratuito que él le tiró así de libre, así en su estado puro sin molestarse en esconderlo, en su estado natural para que ella lo sintiera y se avergonzara de su cuerpo. Quizás solo le duele en el estómago por el día y medio que lleva sin comer, pero la palabra “gordura” se le retuerce en el cerebro mientras camina hacia la máquina dos, como le indicaron.


Se conecta. Miles de personas se abren y ella se vierte en la información como si quisiera absorberla, retenerla y no dejarla ir. Claro, sin engordar un gramo. Entra a un fotolog que parece ser muy popular, la dueña exhibe su cuerpo y publica dietas, consejos, tips como le llaman ahora. Muchas adeptas le firman agradeciéndole, aconsejandole, elogiándola. La escena se debate entre lo bizarro y lo decadente, parece un club de fans, una mole de pobres chicas que no tienen más que la aprobación ajena. Pero no importa, sin dudarlo ella agrega al msn a la dueña del circo. Necesita ayuda. Está conectada y empiezan a hablar.


-Carla: Disculpá que te agregué así de tu fotolog.

-Claudia: ¡Está bien, pasa siempre!

-Carla: Pensé que podrías ayudarme con mi problema. Con mi gordura.

-Claudia: Puedo ayudarte, como ayudo a las demás publicando las dietas y métodos.

-Carla: Eso está bien, pero, ¿cómo no comer? Las ganas no me las quita nadie.

-Claudia: No se trata de no tener hambre sino de entender que querés otra cosa, que la comida te infecta, que vos podés ser más pura que los demás. Esto es un estilo de vida.

-Carla: ¿Cómo me saco el hambre?

-Claudia: Así. Entendiendo que no querés comer. Avergonzándote de lo que sos, comiendo frente a un espejo hasta que te de asco y quieras vomitarlo todo. Viene con el tiempo todo este sentimiento, por ahora hacé dietas y pensalo.


Son las 2 de la mañana. No se puede dormir aunque esté cansadísima, mientras su casa se hunde en el silencio de la noche. Desea arrasar con la heladera. Pero no. No quiere comer. Piensa.


Pasados unos días siguió la historia. La escuela, su chico, le dieron que pensar. ¿Cómo se podría controlar? ¿Cómo se podría prestar más atención? ¿Cómo podría ser aceptada por los “flacuchos” de los amigos de su novio? Ella pensaba, “ellos, tan superficiales, tenían razón que estaba gorda”. Otro día, aprovechando la licencia de la profesora de gimnasia va y se conectó de vuelta. El flaco escuálido la atendió con sus facturas y el mate de siempre, infectándose y acumulando grasa en su cuerpo. Está ansiosa por hablar con su amiga, por decirle qué bien se está controlando, por contarle de asco que se da a sí misma. Lo hace, pero esta vez también averigua sobre su consejera que está metida en la batalla hace tres años y medio, pero que no se arrepiente de nada. Piensa, “el dolor va a ser recompensado, que los buenos van al cielo, los malos al infierno y los puros al paraíso”. Mientras seguían hablando sobre otras cuestiones como las dietas, Carla comprendía que a partir de ahora la batalla contra su cuerpo iba a ser feroz.


ESCENA 2


Arreglaron para verse, aunque quizá suene como un acto de caridad, está realmente emocionada. Es la única persona en este momento que la entendía, se sentía desilusionada de sus amigas, de la falta de contención sólo Claudia la comprendía.


Se bajó del 152 y estaba ella esperándola. No sabía si sonreír o hacerse la desentendida, estaba nerviosa. Corrió a su encuentro, se saludaron y hablaron de sus estudios. Claudia ya terminó el secundario, estudiará hotelería. También le contó que no tenía hermanos. Llegaron a su casa, ésta le pareció un paraíso, con todas las comodidades que un adolescente soñara. Sentía que había entrado en otro mundo, ya que nunca había visto un blanco tan radiante como los de aquellos muebles pequeños. En una pared -donde colgaban los retratos de la familia- notó las numerosas fotografías de Claudia con la bandera, con copas y medallas de las competencias ganadas, con su diploma de honor. Ella parecía destacarse y tener éxito en todo lo que emprendía. Más que nunca pensaba que era ella la indicada para ayudarla con su gordura. “Sentate, ponete cómoda”, le dijo Claudia indicándole un sillón nuevo y mullido.


“Ya vengo, voy a buscar algo”, acotó y partió por un pasillo hacia unas escaleras. Carla escuchaba el ruido del viento golpeando suavemente los árboles del gigantesco parque que veía por la ventana. “Este es mi mayor tesoro”, irrumpió Claudia mientras bajaba de las escaleras. Traía consigo una caja forrada con fotos de modelos, la apoyó en una mesa cercana al sillón junto a dos vasos con Coca light. “Para no ser descortés” le dijo y abrió la caja. Carla, a pesar del entusiasmo y la esperanza de comenzar a recorrer un nuevo camino sintió el frío beso del miedo en su espalda. Se preguntó cómo fue que se encontraba en la casa de alguien con la que habló sólo un par de veces, como si se hubiera caído de un precipicio.


ESCENA 3


Mientras tanto, Claudia intentaba recorrer la mirada de su nueva amiga. Con tal de adivinar qué pensamiento se adueñaba de su cabecita. El timbre interrumpió la duda y le impidió interrogarla. “¡Qué raro! ¡Nunca viene nadie! dijo y se marchó hacia la puerta dejándola a Carla con su tesoro personal. La pequeña aprendiz no pudo evitar aburrirse pasados unos minutos. Revolviendo las fotos, los metros y los laxantes, encontró un diario íntimo. No pudo negarse a la tentación de nadar en algunas pocas palabras. Leyó lo siguiente. “Mi querido diario. Un día más sin ser quién soy. Pero, ¿yo, quién es yo? Hoy es la del corazón”.


Prosiguió con la lectura del diario de su amiga. “Yo no tengo madre, no la conocí lo suficiente para recordarla. La odio por haber muerto, por haberme privado de cariño y compañía. Y mi padre… pobre. Me abrió las puertas a un mundo de lujo, de fiestas, ropa. Sólo colma la culpa que siente por no saber qué hacer conmigo, no está nunca… Seguramente fue igual con mamá. No tengo a quien recurrir. No quiero espantar a mi novio con todo esto, ni pinchar la burbuja de la felicidad en la que viven mis amigas. Soy capaz de muchas cosas que no querrán saber. ¿Qué hago? Nada. Tiempo invertido en estudio, excelentes notas, cursos varios, simpatía extrema. Eso es nada y me odio, lo cierto es que me acostumbré a no querer comer. Voy a ser perfecta y si duele a nadie le importa”.


Las cosas le pasaron rápido en la vida. La anorexia y la bulimia dejaron de ser una novedad, muchas cosas no pudo entender. Enfermedades que pasaron a ser parte de su vida y un medio para diferenciarse. En un primer momento fue un grito de ayuda, pero luego se convirtió en un hueco cómodo desde donde mirar la vida. Un vicio, una forma de ser. Su única seguridad de sujetarse a la vida, la única afirmación entre las imágenes que pululan en su cabeza. Ella (Carla) escuchó la puerta y escondió el diario de su amiga Claudia con vergüenza. “Otra sobre papá, él sí que se la pasa ocupado”, dijo escondiendo una lágrima.


ESCENA 4


Habiendo ya pasado toda una tarde con la joven Claudia, el reloj le indicó que ya era hora de volver. La acompañó hasta la parada, llegó el 152 y se despidieron con un dejo de tristeza. Luego de haber cenado los ñoquis de su mamá con toda la familia que estaba de visita, pensó que cada bocado fue una piedra que agarró el peso de la culpa. Culpa que la condujo al baño, donde entre lágrimas y desesperación pensó en todas sus amigas, su novio, su familia, quienes jamás comprenderían lo que ella estaba pasando. Frente al frío de los azulejos y la soledad, repentinamente se dio cuenta que ya había vomitado.


ESCENA 5 Un final abierto


Desde aquella noche ya han pasado dos meses. Carla siguió viendo a su amiga, a pesar de que Claudia se conectara cada vez menos. La última vez estaba pálida, con ojeras. La ropa le quedaba muy holgada y su humor estaba cambiado. Ante esto, la amiga (Carla) comenzaba a preocuparse por la suerte de su compinche, “¿por qué pasaba esto, tantos cambios?, pensaba en voz alta. Un día se levantó con la idea de visitar a Claudia, pues su ausencia se había vuelto cotidiana y eso -en esas circunstancias- no era muy alentador. “¿Era por ella, había hecho algo mal?”, se interrogaba. Decidida a encontrar una respuesta, una tarde se tomó el 152 sin ningún aviso porque sabía que la amiga iba a estar en su casa.


Una vez, habiéndose bajado del colectivo y a casi dos cuadras de la casa de Claudia, escuchó el ulular de sirenas. Siguió caminando. Dio unos pasos y vio a una ambulancia estacionada en un garage. Carla pensó que quizá al acercarse se daría cuenta que era para algún viejo vecino… pero no tuvo tanta suerte. Llegó y por una fracción de segundo se paralizó totalmente, luego se incorporó en la escena y vio como trasladaban a su amiga en una camilla hacia el vehículo. Antes que arrancara le preguntó al enfermero a qué hospital se dirigían. La ambulancia se marchó y Carla se quedó con el corazón en la boca. No dudó en ir a verla, no era lejos. Cuando llegó al hospital vio al padre hablando por el celular, se acordó del diario de Claudia en relación a la poca presencia del padre en su vida.


Con tantos pensamientos en la cabeza, la joven ni se dio cuenta que estaba en el hospital. Aturdida y apurada siguió las indicaciones de los empleados hasta encontrar la habitación. La vio desde la cerradura. La puerta se abrió y de allí salió el médico. No le permitieron verla. Ella estaba desesperada, se sentó en el suelo intentando descifrar cómo es que a alguien tan genial le puede pasar algo tan fuerte. Mientras tanto, el médico se encontraba con el padre a unos metros de ella. Su sollozo le impidió oír con claridad, sólo alcanzó a escuchar las palabras “bulimia”, “anorexia”, “corazón”, “huesos”. Se estremeció. Evitó creer que había escuchado “cáncer”. Vio al padre de Claudia golpear una pared con una leve lágrima brotando de su ojo. No se animó a saludarlo ni a decirle nada, “¿cómo puede ser que esté así si nunca había cuidado de su hija”.


Ya en su casa notó que no había nadie, tan sólo un plato cubierto con un repasador sobre la mesa, y una nota que decía “Carla, nos fuimos a lo de la abuela y vamos a tardar, te preparé milanesas, espero que te gusten”. Esta vez no pensó en lo mucho que quería adelgazar, ni en princesas, ni en fotos, ni metros. Por primera vez en mucho tiempo, se sentó en la mesa sin la sensación de querer abandonarla. Pensando en su madre comió un poco de lo que había dejado, pero pensando en Claudia se puso a llorar: “Mamá, necesito ayuda” gritó por teléfono y esperó.

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