Cambio Climático: nota de Claudio Morales


EL CAMBIO CLIMÁTICO EN LA CIUDAD
Se enciende la alarma por el incremento de las tormentas, el aumento de la temperatura y un mayor nivel de las aguas del Río de la Plata
Las fuertes tormentas que asolaron a la metrópoli porteña en el último verano pusieron al desnudo la precariedad del sistema de alcantarillado, la ausencia de mantenimiento de la red pluvial y la falta de limpieza de los entubados cursos de agua que corren debajo del pavimento ciudadano. El cambio climático está entre todos nosotros: mayor cantidad de agua caída en tiempos cada vez más breves sumado a una temperatura que se asemeja al clima subtropical. Al lento accionar del GCBA se suma la desaprensión de muchos vecinos que siguen sin entender el futuro poco promisorio que asoma. Entre las posibles soluciones a mediano plazo, se estudia la instalación de techos verdes y el incremento de la especies arbóreas.
Por Claudio Morales


Un informe del Worldwatch Institute, una organización no gubernamental que investiga el impacto de las acciones del hombre sobre el medio ambiente y sobre la vida con rigurosidad científica, sostiene que "de las 33 ciudades que tendrían al menos 8 millones de habitantes en el 2015, 21 son altamente vulnerables". Entre ellas se cuenta Buenos Aires, junto a Río de Janeiro, Nueva York y Los Angeles, quienes figuran entre una veintena de ciudades de todo el mundo que "enfrentan peligros por el aumento del nivel de los mares y otros desastres naturales relacionados con el cambio climático global". Más de la décima parte de la población mundial de 643 millones de personas viven en áreas bajas que corren riesgos por el cambio climático, sostienen expertos estadounidenses y europeos. Los países con más riesgos, en orden descendente son China, India, Bangladesh, Vietnam, Indonesia, Japón, Egipto, Estados Unidos, Tailandia y las Filipinas.

El informe anual The State of the World ("El estado del mundo") coincide con otros estudios científicos que encendieron la alarma de las autoridades del GCBA frente a la contingencia repetida en las últimas semanas. Las copiosas lluvias instalaron en la Ciudad una radiografía de colapso de importantes áreas urbanas, no sólo las ribereñas como Nuñez o amplios sectores de los barrios de Villa Crespo, Paternal y Palermo que son atravesados por la arteria subterránea del arroyo Maldonado. Pareciera ser que al cambio climático se le sumaron una serie de imprevisiones y falta de atención de la administración macrista que derivaron en una difícil situación para miles y miles de vecinos de la Ciudad.    

En contraste con lo visto en la metrópoli porteña, al jefe de Gobierno Mauricio Macri se lo vio preocupado por los alcances del cambio climático y el efecto invernadero en la última Cumbre del Clima, realizada en Dinamarca a fines del año pasado. Allí dijo que “el cambio climático es una amenaza al ecosistema y a nuestra propia supervivencia”, en el marco de la Cumbre de Alcaldes por el Clima donde expuso sobre el Plan Ambiental de la ciudad de Buenos Aires, que prevé la reducción del 30 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2030.

El ingeniero Macri intervino en un panel de debate junto al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, con quien reivindicó una estrategia de acción conjunta por parte de las ciudades para enfrentar el desafío del calentamiento global. Sostuvo en el cónclave que "a los grandes centros urbanos les cabe un protagonismo central en la ejecución de políticas públicas para combatir los efectos adversos del cambio climático" y afirmó que "Buenos Aires mantendrá una activa postura al servicio de esta causa, que es un reto para toda la humanidad”. A la cumbre climática viajaron junto al jefe de Gobierno, el secretario general de Gobierno, Marcos Peña, la titular de la Agencia de Protección Ambiental, Graciela Gerola, y por el director de Relaciones Internacionales de la comuna, Fulvio Pompeo.

Peña indicó que durante la reunión se fijaron coincidencias respecto de la necesidad de que las grandes ciudades trabajen en base a una “agenda común”, que incluya iniciativas conjuntas en materia de desarrollo ambiental, planeamiento, transporte, construcción sustentable y uso eficiente de la energía. Durante la cumbre, Macri mantuvo un encuentro con dirigentes de la Red Global de Partidos Verdes ante quienes expuso detalles del Plan Ambiental de la Ciudad para el período 2010-2030, en lo que pareció el inicio de una agenda internacional pensada con miras al 2011 de la Argentina.

En el año 2009 la Ciudad de Buenos Aires creó el Equipo Interministerial de Cambio Climático con la misión de desarrollar un Plan de Acción que le permitiera tomar medidas y prepararse para los efectos del calentamiento global. Este equipo, presidido por la Agencia de Protección Ambiental, concibió el Plan de Acción como una herramienta dinámica y flexible orientada a la planificación de las políticas integrales de mitigación y adaptación a los efectos adversos del cambio climático para el período 2010-2030.

La Reina del Plata

La Ciudad de Buenos Aires se edificó sobre cuencas de ríos, lo que otorgó características específicas a la urbanización, la infraestructura, las formas de transporte, el comercio, la alimentación y la recreación. Las condiciones existentes al momento de la instalación de los españoles en el sitio fundado como Santa María de los Buenos Ayres fueron profundamente transformadas. A lo largo del tiempo se entubaron arroyos y ríos (tales como el Maldonado y el Cildañez, entre otros) y se rellenaron zonas bajas que atenuaban el impacto de las lluvias por considerárselos bañados insalubres (como el Bañado de Flores).

A su vez, se emparejaron terrenos (como las Barrancas de Belgrano), se pavimentaron calles, se construyeron torres y edificios, y se llevaron a cabo otras modificaciones propias de la urbanización. Los cambios respondieron a múltiples circunstancias pero, fundamentalmente, siguieron la línea de los proyectos políticos y económicos prevalecientes en cada momento histórico. Un ejemplo de ello es la instalación del puerto de Buenos Aires en la zona sur de la Plaza de Mayo, en contraposición al proyecto elaborado por el ingeniero Huergo, que proponía instalarlo en la zona este de la Plaza. En otras ocasiones prevaleció el interés inmediato y la falta de proyecciones de mediano y largo plazo. Esto dio lugar a efectos no deseados sobre el conjunto de la población, como la construcción edilicia sin considerar las características del suelo y la infraestructura preexistente. La Ciudad de Buenos Aires se fue desarrollando como un núcleo poblacional de relevancia para el intercambio comercial desde tiempos coloniales.

A pesar de ello, el concepto de ciudad como eje organizador de la vida social data de fines del siglo XIX. Para esa época se consolidan cambios políticos, económicos y sociales como: la declaración de Buenos Aires como centro político del país, la expansión de las fronteras por eliminación y desplazamiento hacia el sur de los pueblos originarios, el desarrollo en el transporte ferroviario, el auge del modelo agro exportador y el fomento masivo de la inmigración europea.

En la actualidad, la Ciudad cuenta con una población estable de cerca de 3 millones de habitantes, en una superficie de 203 kilómetros cuadrados. A su alrededor se extienden 30 partidos de la Provincia de Buenos Aires, con una superficie de aproximadamente 3.600 kilómetros cuadrados y una población cercana a los 9 millones de habitantes. Sus actuales centros urbanos fueron localidades autónomas, paulatinamente incorporadas a la aglomeración por la expansión de la ciudad principal. La continuidad urbana de la Ciudad de Buenos Aires y los 30 partidos mencionados conforma el Área Metropolitana
de Buenos Aires (AMBA).

La ciudad, una isla de calor

Los cambios radicales en el paisaje que genera el desarrollo de los centros urbanos, como el reemplazo de los espacios abiertos y la vegetación por edificios, calles e infraestructura urbana, implican la sustitución de superficies permeables y húmedas por asfalto y cemento. Este proceso conduce a la formación de lo que se conoce como isla de calor urbana. Este fenómeno hace referencia a que principalmente durante noches sin viento y escasa nubosidad, las ciudades suelen ser más cálidas que el medio rural que las rodea. En general, la temperatura en la Ciudad se distribuye de forma tal que los valores más altos se registran en el área céntrica donde las construcciones forman un conjunto denso y compacto.

La isla de calor urbana en Buenos Aires tiene un ciclo diario bien definido que se debe principalmente a las diferencias en las velocidades con que se calientan y enfrían las superficies urbanas y rurales en respuesta a los cambios de insolación a lo largo del día.
El calentamiento que resulta de la isla de calor urbana es un ejemplo de cambio climático local. Difiere del cambio climático global fundamentalmente en que sus efectos se limitan a un área determinada y van decreciendo a medida que uno se aleja de la misma. Los impactos de la isla de calor urbana y del calentamiento global son a menudo muy similares. La isla de calor y el calentamiento global también pueden aumentar la demanda energética, en particular en verano, junto con la contaminación atmosférica y las emisiones de gases de efecto invernadero.

En las áreas rurales, la vegetación y los espacios amplios y abiertos dominan el paisaje. Los árboles y las plantas no sólo dan sombra; también ayudan a disminuir la temperatura de la tierra y la del aire, esta última por evapotranspiración, al liberar agua que disipa el calor en la atmósfera. Las ciudades, por el contrario, se caracterizan por tener superficies secas e impermeables como techos, veredas, calles y estacionamientos. A medida que el desarrollo avanza, las plantas van desapareciendo y son reemplazadas por edificios y pavimento. Este cambio conduce a que haya menos sombra y humedad en el aire para mantener la ciudad fresca y contribuye a que las temperaturas sean más elevadas.

Las propiedades de los materiales presentes en una ciudad (hormigón, cemento, asfalto, etc.), en particular la reflectancia solar, el grado de emisión térmica y la capacidad específica de calor, también afectan la formación de la isla de calor urbana, ya que determinan de qué manera se refleja, emite y absorbe la energía proveniente del sol.

Los registros climáticos de la Ciudad no muestran fuertes tendencias hacia temperaturas
medias más elevadas, pero se observa que los veranos tienden a ser más largos y prolongarse en el otoño, mientras que los inviernos suelen ser más moderados. Las temperaturas tienden a ser mayores a las registradas en el área suburbana o rural circundante. La Ciudad de Buenos Aires en particular acostumbra a tener temperaturas de 1.5 a 3.5 ºC más altas que sus alrededores5, fenómeno atribuible al efecto isla de calor.

Posibles soluciones a la vista

El rápido crecimiento edilicio que ha experimentado Buenos Aires, junto con la falta de planificación, ha contribuido en gran parte a que la ciudad se transforme en una isla de calor. Sucede que cada vez son más numerosas las superficies secas e impermeables, que absorben e irradian grandes cantidades de calor. Para reestablecer el balance del ecosistema urbano, la ciudad debe encontrar formas de controlar la temperatura, aumentar la permeabilidad de sus superficies, fomentar la biodiversidad y mejorar la salud humana.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que las grandes ciudades dispongan, como mínimo, de entre 10 y 15 metros cuadrados de área verde por habitante. Sin embargo, la Ciudad de Buenos Aires tiene 6 por habitante, lo que evidencia el déficit en esta materia y la consecuente necesidad de arbitrar los medios para aumentar la cantidad de espacios verdes en Buenos Aires. En este sentido, el Programa “Haciendo Verde Buenos Aires”, del Ministerio de Desarrollo Urbano, estudia diversas estrategias para lograr este objetivo y planea la incorporación de 33 hectáreas de espacios verdes a las 1600 que existen actualmente en la Ciudad.

Otra salida que se estudia en la actualidad para atenuar el cambio climático es la promoción de la tecnología de las cubiertas verdes, que tiene el potencial de ayudar a mitigar el efecto isla de calor urbana. Se trata de un sistema de ingeniería que permite el crecimiento de vegetación en la parte superior de los edificios (techos o azoteas), manteniendo protegida su estructura. Al igual que en otras áreas verdes, la vegetación que crece sobre una cubierta da sombra a las superficies y remueve calor del aire por evapotranspiración. Estos dos mecanismos reducen la temperatura de la cubierta y del aire que la rodea. Las cubiertas verdes tienen un impacto neto positivo sobre el ambiente: además de enfriar el aire y el suelo de una cubierta, mejoran la aislación térmica de los edificios y capturan agua de lluvia, reduciendo inundaciones y niveles de contaminación.

Un estudio realizado por la Agencia Ambiental de Canadá sugiere que plantando al menos un 6% (6,5 millones de metros cuadrados), de la superficie de los techos de Toronto se podría reducir de 1 a 2 ºC la temperatura del aire en verano en esa ciudad. El estudio demuestra también que la reducción subsecuente en el consumo de energía reduciría aún más la temperatura. Se estima que un enfriamiento de 1ºC resultaría en un 5% de reducción en la demanda de energía en edificios10. El impacto sinérgico podría mitigar considerablemente el efecto isla de calor.

El desarrollo urbano también trastorna el movimiento natural del agua, conocido como el ciclo hidrológico. La precipitación, al no poder infiltrar el asfalto y el hormigón, se escurre y provoca inundaciones cada vez más recurrentes en la Ciudad. En la actualidad, la red de drenaje de la Ciudad de Buenos Aires es insuficiente para la correcta captación y conducción de las aguas pluviales, razón por la cual importantes lluvias y tormentas causan anegamientos en diferentes sectores de la ciudad. Las inundaciones son un problema recurrente, que afecta a más de 350.000 habitantes cuando la precipitación supera los 30 milímetros caídos en una hora.

Los techos verdes pueden retener y detienen el agua de lluvia, reduciendo así el volumen de la escorrentía y la velocidad con que el agua llega a los sistemas pluviales. Diversas
investigaciones han demostrado que las cubiertas verdes tienen la habilidad de retener el 50% del agua de precipitaciones de 30 mm. También, se ha demostrado que las cubiertas verdes pueden retrasar el tiempo de escurrimiento del agua de 30 minutos a cuatro horas y media, así como disminuir su velocidad de 42-96%. Las cubiertas verdes actúan, además como filtros, reduciendo la carga de contaminantes que llega a las alcantarillas.

Según el último Censo de Arbolado de Urbano realizado en el año 2000, la Ciudad posee 360.000 árboles de alineación. Si bien no se contabilizaron los ejemplares dispuestos en plazas y parques, se estima que los mismos se encuentran en valores cercanos a 100.000 ejemplares. De acuerdo a dicho censo, el 18% de los árboles que vive en la ciudad padece algún tipo de interferencia que afecta su normal crecimiento y desarrollo de las raíces, (cables aéreos, zanjas subterráneas, veredas rotas). Por otro lado, el 13 % sufre algún tipo de maltrato (carteles o cestos de residuos clavados en sus troncos, pintadas con aerosol, hilos de pasacalles y troncos destrozados o quemados).

Se estima que el 34% de los ejemplares ya no tiene capacidad de absorción de CO2, debido a su edad y grado de deterioro. Ante este panorama se contempla la implementación de un Plan Maestro de Arbolado Urbano, que incluye la elección de la especie a plantar, criterios ambientales más específicos respecto de la adaptación y las nuevas tendencias climáticas. Planifica el aumento en un 20 por ciento del arbolado, el mantenimiento de los ejemplares con el fin de optimizar sus cualidades y evitar su pérdida y concientizar a la población acerca de los beneficios del arbolado urbano.

La Ciudad de Buenos Aires tiene un pavimento urbano compuesto por 29 millones de metros cuadrados de avenidas y calles. El 63% son pavimentos asfálticos, el 15% de hormigón y el 22% adoquinados. Prácticamente la totalidad de los pavimentos de la Ciudad de Buenos Aires son calientes y en su mayoría negros. De ello se puede deducir la gran cantidad de energía solar absorbida y el drástico aumento de la isla de calor urbana provocado por los mismos.

Aunque en el mercado mundial existe una amplia gama de tecnologías que hoy resultarían innovadoras en nuestro país, su instalación masiva se ve dificultada por los altos costos, la falta de información en las áreas de incumbencia y la ausencia de estudios y mediciones locales respecto de sus beneficios. Para revertir la situación actual, la Ciudad tendría que estudiar el potencial de las distintas alternativas de pavimentos fríos para la mitigación del efecto de la isla urbana de calor, la inclusión de la consideración del cambio climático en el Plan de bacheo y repavimentación de la Ciudad, el fomento de la utilización de materiales porosos que faciliten la infiltración, en sitios de menor circulación tales como playas de estacionamiento y calles internas de parques. La política de reemplazo del adoquinado centenario, que se aceleró con la llegada de Macri a la jefatura de Gobierno y que motivó el rechazo de la comunidad ante la destrucción del patrimonio histórico porteño y la sospecha de negocios espúreos, tiene que ser revisada.

Un futuro con interrogantes

Las tormentas del último verano que provocaron el colapso de la Ciudad constituyen una señal de alarma ante una realidad contundente como es el cambio del clima en el planeta. Un hecho tan real como traumático que influirá en nuestras vidas. Ya sucede en el presente con el incremento de las aguas del Río de la Plata ante cada sudestada. A las obras de contención de inundaciones en las zonas de la Boca y Barracas, se requiere dotar a la metrópoli de nueva infraestructura que contenga  a las persistentes inundaciones que provocan los cauces entubados que atraviesan la Ciudad como los arroyos Maldonado y Medrano.

La red pluvial planificada hace más de 100 años se halla en un estado de saturación, no resiste el embate de las tormentas actuales que descargan una significativa cantidad de agua de lluvia en pocas horas. Ya no se cuenta con el drenaje de otros tiempos, por la llamativa disminución de espacios verdes suficientes para el escurrimiento de tanta masa líquida. El absurdo reemplazo del adoquinado público de las calles de la Ciudad de Buenos Aires constituye otra señal de alarma y preocupación. El GCBA parece ausente de políticas públicas serias, alejadas de los negocios y del impacto mediático del momento.

Existen proyectos y planes diseñados por técnicos y profesionales del sector estatal, el Plan Maestro 2030 representa un interesante aporte de propuestas tendientes a paliar los efectos del cambio climático en la Ciudad y revertir las graves consecuencias que se ven en la actualidad. Buenos Aires requiere de políticas públicas que aúnan los intereses de la sociedad por encima del mercado, de la voracidad inmobiliaria y de la ceguera de los funcionarios por preservar el hábitat urbano y la calidad de vida de toda su población.  
Claudio Morales.

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