La muerte de Néstor Kirchner: reflexión de Claudio Morales

Murió Néstor
Por Claudio Morales


Eran pasadas las nueve de la mañana del 27 de octubre de 2010, en plena labor del Censo Nacional cuando un mensaje recibido en el celular produjo la parálisis. El texto era escueto y hasta incomprensible: "Murió Néstor". Una pregunta absurda vino en ese momento, "¿quién era Néstor?". La respuesta no dejaba lugar a dudas. Era el ex Presidente.

Lo que había sido hasta ese momento una jornada normal en la realización del censo todo cambió por las lágrimas, la incredulidad, la incertidumbre más absoluta. La tarea de censar casa por casa se desarrolló con toda normalidad, aunque en cada hogar las familias permanecían reunidas alrededor del aparato de TV. No faltaron los comentarios impregnados de odio, de rabia, de corte gorila. Pero, fueron los menos.

La vuelta al hogar significó un duro cachetazo a la realidad más cruda. Las imágenes de los medios hacían referencia a un hecho que cambiaría la agenda política del país de un plumazo. Miles de personas dirigiéndose a la Plaza de Mayo, de todas las edades, de todos los estratos sociales, para despedir al ex presidente. Un único tema, no había posibilidad de otra información. No había otra noticia que dar, el país había perdido a un gran líder. Con su muerte, ese liderazgo asumido en 2003, en medio de la crisis política, económica y social más grave de la historia contemporánea, asumió su significación más real. 

De pronto, tomaba otra dimensión, otro vuelo, el espectacular cambio ocurrido en el país a partir de su presidencia -y la continuación en la figura de su esposa, Cristina Fernández-. Habían pasado nada más que siete años y el país se había despegado del pasado con todas las letras, no sólo en lo económico con un modelo que privilegió la producción, el consumo y el trabajo, sino también en materia de derechos humanos, de educación, ciencia y cultura.

Sin lugar a dudas, el país también vivió un cambio de paradigma en relación con la memoria del Nunca Más. Hasta el 2003, quedaba el recuerdo de un juicio a las Juntas Militares con labor incompleta, y cercado por las leyes de impunidad sancionadas por el entonces presidente Alfonsín y cerrado por los indultos del menemismo. La derogación de las leyes, su inconstitucionalidad en términos legales obligó a desandar el anterior camino de inacción y protección de la corporación judicial, una catarata de juicios obligó a la Justicia a asumir el papel que siempre estuvo obligada a asumir, no sin ofrecer reparos y resistencias. 

Un hecho que en su momento pasó casi inadvertido, como si se tratara de una anécdota, pero que con su muerte adquirió el valor real de lo que fue: que un Presidente de la Nación exigiera al jefe del Ejército que descolgara dos cuadros de represores -uno de ellos era del dictador Videla-, todo ello en medio de un acto castrense. Había que tener coraje, dirían algunos. Otros dijeron, qué convicción.

Lo cierto es que su figura adquirió otro tamaño, la de un político que asumió con muchas expectativas, pocos votos y cierta desconfianza social, y se comportó a la altura de las circunstancias. Que no renegó de la palabra empeñada y que puso acento en la juventud como fortaleza de la democracia, motor del proyecto nacional y popular.

De pronto, los medios de comunicación -muchos de ellos en "guerra" con el ex presidente y su esposa, la Presidenta, por la sanción de la nueva ley de medios que aboga por una sociedad donde las voces de todos los actores y sectores puedan tener su espacio- debieron dar cuenta de esos rostros que hasta entonces no tenían lugar en la pantalla, en la gráfica ni en las radios. Cientos de miles de ciudadanos inundaron la capital de la República para su adiós, pero también para expresar un apoyo incondicial a la Presidenta. Un mensaje claro para la deslucida corporación política de derecha e izquierda, que la muerte de Néstor no significaría el final de un proyecto.

La sociedad toda se quedó atónita, hasta el diario La Nación, que horas después de conocida la muerte del ex presidente colgó en su sitio de internet un indigno editorial firmado por el politólogo Rosendo Fraga -que le valiera críticas de todos los sectores-. Personeros del periodismo dependiente de las corporaciones, como Joaquín Morales Solá y Mariano Grondona, no se quedaron atrás. Pero, las pantallas habían mostrado lo que antes ocultaron, y la realidad fue más fuerte que editoriales y análisis armados a partir de los deseos y no de los hechos.

Su muerte fue un duro golpe, pero al mismo tiempo dejó un impresionante legado. Que era mentira que el Estado no debía existir y dejar todo para que los mismos de siempre se comportaran como si el país fuera su estancia. Que los sin voz nunca más debieran perder su voz, que aquellas voces desaparecidas en la sociedad tuvieran una reparación en la forma de verdad, justicia y memoria. Que la Patria somos todos. Mal que les pese a los enemigos de la Patria.

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