Por Diego Sívori
América Latina es una de las regiones más ricas del mundo pero su pueblo padece históricamente los coletazos de un modelo económico global del cual nunca ha sido beneficiado. El planeta en que vivimos gira en torno a una división internacional del trabajo en la cual unos países se especializan en ganar y enriquecerse, y otros en perder y empobrecerse. La crisis mundial vigente nos demuestra que nuestro continente se especializa en perder, como siempre y desde los viejos tiempos en que los europeos cruzaron el Océano Atlántico y se llevaron todo lo que encontraron a su paso en el Nuevo Mundo.
Como fuente y reserva del petróleo, hierro, cobre, carne, frutas, café, materias primas y alimentos; todos los países de la región siguen al servicio de las necesidades ajenas. Desde el Descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha transmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. La tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos; y hasta el modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje de este modelo económico global.
Argentina, que no es ajena al esquema impuesto, es unos de los países más ricos de la región y en su territorio se crían cerca de cincuenta y ocho millones de cabezas de ganado y produce cerca de trece mil millones de toneladas de trigo, cuarenta mil millones de toneladas de soja, quince mil millones de toneladas de maíz y cinco mil millones de toneladas de girasol. Con esta capacidad productiva el país podría alimentar a cerca de 300 millones de habitantes, sin embargo se estima que la desnutrición infantil alcanza un promedio de 15.5 %.
Evidentemente del total de la producción una pequeña parte se destina a la alimentación de los argentinos y la mayor parte se exporta. La explicación es que en el exterior los consumidores ganan mucho más que lo que gana nuestro país produciendo los alimentos. Es decir, son mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores. Así, el modelo económico global beneficia siempre al mercado externo dominante proporcionándole inmensas ganancias que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados americanos dominados.
En Argentina, como en el resto del continente, el sector agropecuario se encuentra gobernado por un modelo económico liberal basado íntegramente en el “Agronegocio”. Los productores rurales ceden la explotación de sus tierras al capital financiero. Respondiendo a intereses extranjeros, los inversores transforman los alimentos, las semillas y todos los recursos naturales en mercancías vendibles al extranjero.
Como consecuencia el “Agronegocio” intensifica la concentración de la riqueza en manos de los más ricos, especialmente de los banqueros y de las empresas trasnacionales. Unos y otros se encuentran íntimamente emparentados con los grandes propietarios de los latifundios que existen en nuestro país desde la época de la colonia.
Para ser más preciso, la clase terrateniente implica por ejemplo que 6900 propietarios (familias, empresas o empresas-familias) sean dueñas del 49.7 % de la superficie cultivable y productiva del país, o que según el Censo Agropecuario Argentino de 2002, 936 terratenientes poseen 35.515.000 Has (casi toda la superficie en cultivo), un promedio de 38.000 has c/u. Por el contrario 137.021 agricultores poseen sólo 2.288.000 has, con un promedio de 16.7 has c/u.
Así, el “Agronegocio” derrumba todo tipo de política agropecuaria nacional que permita una mayor diversidad de la siembra para que nuestro país no deje de producir los alimentos que los argentinos consumen por otros que consumen los extranjeros. Por ejemplo, en la Provincia de Córdoba, área más rica del país, una elevada proporción de empresas agrícolas basan su producción en el monocultivo de soja. Si se considera como 100% el área sembrada con los principales cultivos de grano grueso, el porcentaje relativo de cada uno de ellos, según el INTA es: soja 60%, maíz 17%, sorgo 6%, maní 6%, girasol 11% y trigo el 14% de la superficie agrícola. No hace falta recordar que el trigo es uno de los alimentos más requeridos en la mesa de los argentinos.
Demás está decir que el incremento del valor de la soja en los últimos años ha profundizado aún más el monocultivo en grandes porciones de tierras, lo que afecta el medio ambiente, deteriora la tierra y requiere el uso de grandes cantidades de venenos. Pocas empresas como Cargill o Monsanto son las que se benefician increíblemente con el monocultivo de la soja ya que este intensifica el uso de semillas transgénicas resistentes a las plagas locales y posee una mayor velocidad en la germinación. Sin embargo, las mismas semillas son las que destruyen la biodiversidad, eliminan nuestras semillas nativas, pueden causar daños a la salud de los campesinos y de los que consumen los alimentos y transfiere a las transnacionales el control político y económico de las semillas.
Estudios realizados por el INTA aseguran que la agricultura de la especialización, en este caso de la soja, se traduce en un mayor requerimiento de insumos extra-empresa y en ciertos desequilibrios de tipo agro ecológicos. Por ejemplo mayor presión de plagas, más enfermedades, cambios en la población de malezas, mayor riesgo por contaminación con plaguicidas, etc. Se estima, además, que esta situación constituye el principal factor que atenta contra la sustentabilidad a largo plazo del monocultivo de la soja.
Así, queda demostrado que el “Agronegocio” sustentado en el monocultivo de la soja, y en el cual se encuentra gran parte de nuestro sector rural argentino, estaría llegando a su final. Seguramente el negocio de los alimentos se reinventará así mismo pero el saldo que habrá dejado para ese entonces, serán muchas ganancias pero un suelo infértil para la siembra de trigo, maíz y otros alimentos que la población local demanda.
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