A modo de introducción en el tema que mantiene en velo al conjunto de la sociedad civil y política, y no pretendiendo zanjar el debate, desde esta humilde posición, me propongo realizar un breve informe teniendo en cuenta algunos de los diferentes ejes presentes en este conflicto. Ejes tales como: los efectos ecológicos del monocultivo, el trabajo y el boom sojero, la problemática de la tenencia de la tierra y por último, la necesidad de erigir una tercera posición política ante la creación de binomios opuestos que se pretenden abarcadores de todas las opiniones posibles. Entendidos estos ejes como fundamentales para comprender una disputa que a las claras será de larga data en la agenda política argentina y cuyas consecuencias deberán ser seguidas de cerca a los fines de entender la coyuntura nacional en el futuro próximo.
Asimismo, considero necesario la definición de ciertos términos claves para comprender la situación a abordar a los fines de ahorrarme reiteradas aclaraciones. Las retenciones no son un impuesto sino un derecho a las exportaciones consagrado por nuestra Constitución Nacional, sancionada en 1853 luego de una guerra civil que si justamente fue la expresión en pugna de establecer un discurso hegemónico, este giraba en torno a la propiedad de usufructo de la aduana como uno de sus puntos de gravitación.
En este caso, las retenciones captan parte de la renta agraria diferencial. Siendo dicha renta extraordinaria dado que no se debe a una mayor organización de la producción por parte de los capitalistas ni de un incremento de la productividad por mayor inversión. Muy por el contrario, esta es producto de una extra-fertilidad otorgada por un clima propenso y un suelo formidable para la agricultura, los bajísimos costos que en este caso presenta la soja (entre ellos la escasa mano de obra requerida para su obtención) y, por último, un vertiginoso crecimiento permanente de los precios internacionales.
Cuestiones que colocan a la producción de soja como uno de los grandes atractivos de la producción nacional. De esta manera, genera la desviación de inversiones de otros sectores hacia ella, además de ampliar la frontera de producción de una oleaginosa que se exporta en un 95% y que por ende, no favorece al mercado interno y por último, de empujar a la mayor marginalidad al campesinado tradicional, familiar y comunitario, arrinconando a otras producciones agrarias destinadas al consumo alimentario típico de nuestro pueblo.
Por esto, las retenciones tienen dos roles, el primero, de hacer las veces de fondo compensatorio, es decir, aligerar las consecuencias de los exabruptos de los precios internacionales, en los bolsillos de los productores, subvencionando en etapas de baja de los precios y reteniendo en época de alza de los mismos, esto dentro de los parámetros de seguirle permitiendo al productor obtener ganancia. Cuestión que no se ve menospreciada con la suba de las retenciones propulsada por la Resolución 125 el día 11 de Marzo (ver más adelante, segundo cuadro).
Así, también, hace las veces de desacoplamiento de los precios nacionales de los internacionales. Esto funciona de la siguiente manera, al establecer mayores o menores impuestos a diferentes producciones de acuerdo a su cotización exterior (es por esto que son móviles) alienta o desalienta la producción del bien en cuestión. Tendiendo así a una diversificación de la producción, a preservar el poder de compra de la población (inflación), a combatir el monocultivo y al control de la posible escasez de oferta de ciertos productos.
Los efectos ecológicos del monocultivo:
Mucho se ha dicho y escrito en las últimas semanas sobre el conflicto con el campo pero poco acerca de la complejidad del modelo de monoproducción de soja. La Argentina enfrenta desde las últimas décadas, uno de los procesos de deforestación más fuerte de su historia. Con el agravante de que en la actualidad el reemplazo de los bosques por la agricultura se realiza principalmente por el monocultivo de soja el cual posee una serie de características dañinas para la ecología, la población y un desarrollo sustentable.
Parte de estas consecuencias son las profundas transformaciones que supone el deterioro de los recursos naturales que utilizan, los efectos perniciosos sobre la heterogeneidad de la estructura social rural, los significativos impactos negativos sobre las otras actividades productivas que se ven desplazadas, la expulsión de un importante sector de la población rural hacia la periferia de las grandes ciudades y los peligrosos efectos sobre la salud de la población.
Existen una gran cantidad de externalidades negativas generadas por dicha forma de producción que no están siendo consideradas, fundamentalmente:
· La destrucción de los recursos naturales cuando se avanza sobre el bosque, el monte o la yunga para implantar el monocultivo.
· Los efectos perniciosos sobre la salud de la población, fundamentalmente, a través de uso masivo, invasivo e indebido del glifosato, un herbicida desarrollado para eliminación de hierbas y de arbustos. Como así también las consecuencias producidas por la ingesta de alimentos modificados genéticamente, por parte de seres humanos.
· Los efectos destructivos sobre la bio-diversidad y el suelo, que según diversos estudios tienen altísimos costos para la reposición artificial de los nutrientes extraídos y que, por otra parte, no siempre es posible llevarlos a cabo. En estos casos, se considera que el deterioro del ecosistema posee tal magnitud que si las tierras fueran abandonadas no podrían recuperar la vegetación natural original.
· Migración interna (de los habitantes del bosque hacia las ciudades y sus cercanías).
· Los efectos colaterales sobre otras actividades, como el caso de la ganadería, los tambos, la apicultura y las actividades económicas de las organizaciones campesinas e indígenas que en muchos casos han sido desplazadas de sus tierras. [i]
[i] Datos obtenidos de la investigación de Héctor Sejenovich, Verónica Hendel y Ezequiel Grinberg, todos docentes de la UBA e investigadores del Conicet.
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